MEDITACIONES

Homilía completa del Papa Francisco en el momento extraordinario de oración por la pandemia

El Papa ha rezado por la pandemia de coronavirus que afecta al mundo y ha pedido al Señor que bendiga "al mundo", de salud "a los cuerpos" y consuele "los corazones". Al final de la celebración, ha dado la bendición "Urbi et Orbi". 

Ciudad del Vaticano, 27 marzo 2020 


A continuación, la homilía completa pronunciada por el Santo Padre Papa Francisco durante la oración extraordinaria ante la pandemia por coronavirus:

«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: "perecemos" (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.

Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, propio en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre -es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo-. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40).

Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: "¿Es que no te importo?". Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas "salvadoras", incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: "Despierta, Señor".

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: "Convertíos", «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes -corrientemente olvidadas- que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos, solos, nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, "descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas" (cf. 1 P 5,7).



TIEMPO DE ADVIENTO

Y de nuevo, Adviento.

Una invitación a respirar el aire fresco de la Palabra, siempre nueva; a volvernos al Dios que nos visita en lo pequeño; a prestar oído a nuestro corazón que nos empuja a comenzar una vez más.


Adviento es la Palabra

Precisamente la que recordamos frágil y tierna en el pesebre de Belén, acurrucada en los brazos de su Madre, porque la fragilidad de Dios es precisamente su grandeza. Volver a la Palabra es permitir que Dios nos siga visitando, que se comunique y dialogue con nosotros a diario, que nos sorprenda y nos abra a nuevas posibilidades, que haga posible el cambio y el reajuste que ahora necesitamos...

Adviento es la Esperanza

No la espera monótona o meramente racional del optimismo y de la fantasía más ingenua. La esperanza trastoca nuestros esquemas humanos tan cerrados y cabales y abre este mundo a la intervención de quien lo ama en lo profundo. Volver a la Esperanza es dejar que Dios nos regale un mañana mejor, y sentir que esto ya ha empezado y está siendo una realidad en lo que vivimos. Frente a la rutina monótona de lo que siempre es igual, y a veces peor...

Adviento es la humanidad

Quizás porque nadie como Jesús nos la ha revelado con tanta claridad y la ha colmado, en su vida, de tanta plenitud. La Encarnación es una invitación a descubrir en los rostros, los nombres y las vidas que nos rodean el lenguaje más claro de Dios. Volver a la humanidad es apostar por los mejores proyectos que liberan la dignidad, el amor y la justicia, frente a aquellos planes que deshumanizan y destruyen...

Adviento es la profecía

Escuchar a los profetas de antiguo es tomar conciencia de que esta melodía sigue presente en la Historia y necesita quienes la rescaten y alcen su voz para interpretarla. ¿Cómo guardar silencio cuando un mundo mejor se está abriendo paso a nuestro lado? Volver a la profecía es pintar de colores este mundo según el plan de su Creador, frente a aquellos que se empeñan en dejarlo oscuro...

Adviento es soñar

Dejar la nostalgia del pasado, con sus seguridades, y abrir la vida a una mañana mejor que está llegando. Lo que no se sueña no se cumple. Por eso es urgente entrar en los sueños de Dios para esta humanidad, que se apoyan en las promesas que Él ha hecho a lo largo de los tiempos a los que fueron sus testigos. Volver a soñar es construir grandes proyectos que no se agotan, frente a los que sólo son capaces de ver lo inmediato.


Que estas semanas nos devuelvan

la riqueza del encuentro con el Dios que,

sólo por amor,

se ha hecho hombre y camina a nuestro lado.


Meditación sobre la Inmaculada Concepción 

Con María, se vive mejor el Adviento 


Si en el algún momento, se puede disfrutar y celebrar con especial sensibilidad y encanto una fiesta mariana, es precisamente, en el corazón del Adviento, la Inmaculada Concepción.

¿Quién sino Ella, estuvo vigilante, ante la llegada de Jesús?

¿Acaso no nos despierta para que salgamos al encuentro del Salvador?

¿No es referente, reflejo y espejo de la pureza y de la blancura que a todo un Dios enamoro?

¿No es Ella el mejor indicador para encontrar el sendero que conduce a Belén?


Hoy, cuando asistimos a una contaminación general, y no tanto de la atmósfera (que también) cuanto del corazón y de los sentimientos de las personas, María, se convierte en el baluarte de la esperanza y de la virtud, de la verdad y de la gracia, de la ternura, del amor y de la autenticidad de la próxima Navidad.


         La Inmaculada es el lienzo donde Dios se fija para proyectar y dibujar su morada. Un lienzo sin mancha donde, Dios, va perfilando con trazos de amor y de Padre, todo un plan que se iniciará en Belén y pasando por la cruz, concluirá en la mañana más luminosa y triunfante de la Resurrección.

¿Por qué, a nosotros cristianos de a pie, nos cuesta tanto evitar situaciones que nos corrompen?

¿Por qué, si llevamos a Jesús desde el mismo día de nuestro Bautismo, nos resistimos tan suave y tímidamente, a las nuevas serpientes que nos seducen y nos inyectan el veneno del secularismo, de la incredulidad, del todo vale o aquello de a "Dios ni pan"?

Sí. La Solemnidad de la Inmaculada, dentro del Adviento, es un redoble de esperanza. Dios sigue haciendo obras grandes en aquellos que se fían de El. En aquellos que se brindan, desde le belleza del corazón y del pensamiento, para formar parte de esa gran cadena ( por cierto gigantesca) que va transmitiendo -de generación en generación- la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María y el mensaje que, un Niño, nos trae.


       Hoy, la Solemnidad de la Inmaculada, es un libro abierto con la firma de Dios, que nos descubre nuestra realidad humana y cristiana. Con María, por si lo olvidamos, también nosotros hemos sido escogidos desde antes de la creación del mundo por pura iniciativa de Dios. ¿Nos damos cuenta de lo que ello significa? ¿Acogemos la gracia o la rechazamos? ¿Somos inmaculados o corruptos? ¿Sencillos o complicados como la vida misma? ¿Con los ojos orientados al cielo o ciegos y embarrados con los acontecimientos del duro suelo? ¿Conscientes del amor de Dios o indiferentes a su llegada en Navidad?

Frecuentemente, los cristianos, aducimos que -para vivir la fe- colisionamos con numerosas dificultades; que el horno no está para bollos; que ser cristiano o católicos, es poco menos que "ser ciudadano de segunda"; que antes se vivía con más libertad y aplauso nuestra pertenencia a la iglesia o la profesión de un credo.

¡Miremos a María! 

¡Pero la miremos no resguardada en manto azul y ceñida con corona de plata! 

María, en su intento y afán de agradar a Dios, le importó un comino escollos, dimes e interrogantes que surgieron a su alrededor (incluso los del bueno de José). Cuando hay fe y confianza en Dios, lo demás, se convierte en detector o prueba de si, aquello que presumimos creer, tiene consistencia o es simple merengue.


    La Inmaculada no es esa mujer de manos entrecruzadas en el pecho y con los sentidos embobados en el universo. La Inmaculada es aquella mujer que, por Dios, pisó con todas sus fuerzas, flaquezas y pecados, debilidades y tentaciones que -al hombre- sacudían y nos siguen agitando.

Esta fiesta nos centra aún más en el adviento. Nos empuja y nos hace abrir los ojos para que, el Señor, no se nos pierda en medio de tanta bombilla, villancico excesivamente adelantado o eslogan que poco o nada tienen que ver con la Navidad.

María Inmaculada es, la privilegiada luz que podemos poner en el corazón para la llegada del Salvador. Que, como Ella, pisemos aquello que estorba y que nos deja sumergidos en la fealdad (frente a la belleza), en el ruido (frente al silencio contemplativo), en la mediocridad (frente al afán de perfección), en el pecado (frente al esfuerzo por dominar nuestra debilidad).

--Miremos a María Inmaculada. 

¿Qué gime dentro de Ella? Un amor de Dios que se revuelve y se hace sentir en un vientre virginal.

--Miremos a María Inmaculada. 

¿Qué hay en Ella? Un campo cultivado por las manos de Dios

--Miremos a María Inmaculada. 

¿Qué se escucha de sus labios? Un "SI" que nos traerá a un Dios pequeño que, ya desde la cuna, nos regalará un mensaje que en el mundo tanto cuesta descubrir, cuidar y ofrecer gratuitamente: el amor sin condiciones de Dios.


Por Javier Leoz 


Meditación de S. Agustín

                                                                                  

¿Qué es el hombre, quién soy yo, hacia dónde encamino mi vida,...? 

Meditemos la fragilidad hu­mana, mi fragilidad, mis li­mitaciones, mis debilidades,... Aquí y ahora, en este mundo donde me encuentro y vivo en medio de muchas in­dustrias, muchos labo­ratorios, muchas universidades, grandes ciudades con inmensos rascacielos, gigantescos barcos y aviones que van de un lado para otro.... ¿hacia dónde me dirijo?; ¿tienen sentido mis múltiples acti­vidades, mi vida, mis sentimientos,...?; en definitiva, ¿soy feliz?.

El hombre es creado PARA Dios nuestro Señor

El ser hu­mano no está abandonado a su suerte, condenado a vivir como buenamente pueda hasta que le llegue la hora de la muerte. NO. 

El hombre ha sido creado en orden a Dios, ha sido creado PARA Dios. Den­tro de la inmensidad del Universo la persona humana está lla­mada a participar de la divinidad. YO en concreto estoy llamado a vivir como hijo de Dios. 

Dirá S. Pablo: "Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor mori­mos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos" . [Rom 14, 7-8]

Ahora bien, NADA SE HARA EN TI SIN CONTAR CONTIGO. 

Te co­rresponde la tarea de trabajar por tu propia salvación. Es necesa­rio, como dice el P. Calveras: "una voluntad decidida de hacer por Dios cuánto se crea ha de serle más grato. 

Estoy destinado a salvar mi alma, mi ser, mi vida toda,... y para ello debo servir a Dios, pero además, debo hacerlo con ánimo decidido, con voluntad esforzada, con generosidad y constancia. Esta tiene que ser una decisión radical en mi vida por salir de mí mismo, de mis afecciones desordena­das, y de proyectar mi vida hacia el Creador. ¿Es así en mí?; ¿está mi vida orientada hacia El?; ¿tengo el propósito firme de proyectarme hacia Dios?. Me preguntaré:

+ ¿Encuentro a Dios en mi vida?; ¿aparece Dios en la lista de mis deseos y aspiraciones?; ¿es El una necesi­dad que yo siento dentro de mí?; ¿ocupa un puesto central en mi vida afectiva, en mis sentimientos?; ¿en qué lugar aparece el deseo de buscar a Dios?.

+ ¿Cuento con Dios para la solución de mis proble­mas, de mis dificultades, o me considero autosufi­ciente?.

+ ¿Tengo presente a Dios a la hora de elaborar mis pro­yectos, o voy a lo mío y prescindo de lo que El quiera de mi?

¿No ocurre que voy demasiado aprisa por la vida?. 

¿Tengo tiempo para contemplar, para meditar, para "sentir y gustar de las cosas internamente"?.

 ¿Valoro la importancia del silencio? 

¿Qué sentimientos hay dentro de mí: alegría-tristeza, envidia-ge­nerosidad, esperanza-desaliento,...?

 ¿Cómo me gustaría que fuese mi vida?. 

¿Pongo los medios para ello?. 

¿Tengo miedo a escuchar el silencio?.

Después de leer pausadamente el Salmo 39 y el libro de la Sabiduria 2, 1-24, dedica un tiempo a reflexionar sobre ti mismo, ayudándote para ello de las preguntas anteriores. Y a continuación, sin prisas, procura escribir lo que piensas y sientes de tu propia vida, y de la rela­ción tuya con Dios: dudas, deseos, temores, experiencias,... Por úl­timo, antes de acabar, ponte ante el Señor y vuelve a leer lo escrito, con sencillez, con humildad, con sinceridad,... co­mentando con El de la misma manera que un amigo habla con otro amigo.


Meditamos el Padre Nuestro


No digas: Padre Si cada día no te comportas como su hijo

No digas: Nuestro Si vives aislado en tu egoísmo

No digas: santificado sea tu nombre Si no lo honras

No digas: venga a nosotros tu reino Si lo confundes con el éxito material

No digas: hágase tu voluntad Si no lo aceptas cuando es dolorosa

No digas: el pan nuestro de cada día Si no te preocupas por los pobres

No digas: perdona nuestras ofensas Si guardas rencor a tus hermanos

No digas: no nos dejes caer en tentación Si tienes intención de seguir malos caminos

No digas: líbranos del mal Si no tomas partido contra el mal

No digas: Amén Si no has entendido aun el significado del Padre Nuestro


Oración de Acción de Gracias



Hay un refranillo o dicho popular que dice: "solo nos acordamos de Santa Rita cuando truena"...

Y es cierto, o al menos la inmensa mayoría de las veces lo es.

Cuando tenemos preocupaciones, enfermedades, o incluso en los problemillas del día a día, nos acordamos de Dios, de pedirle que nos ayude, a nosotros o a otros.

Y hacemos bien, es nuestro Padre, y con esa confianza le pedimos. Y con esa misma confianza y lleno de infinito Amor Él nos cuidará siempre.

Pero... ¿cuántas veces nos acordamos de ir en su busca para darle gracias?

Para hacerlo podemos usar nuestras propias palabras, no es necesario usar una oración especial; pero como a veces nos cuesta encontrar las palabras o la forma de expresarlas, aquí os dejamos una oración para dar gracias.

Padre, al llegar el final del día queremos darte las gracias, en el nombre del Señor Jesús, por todas tus bendiciones.

Gracias por los dones de tu misericordia, por esos momentos luminosos en que sentimos la alegría de tu presencia, por todo lo bueno, lo noble, lo verdadero que acontece en nuestra vida: la amistad, los abrazos, la oración, el esfuerzo compartido, la esperanza,...gracias, Padre, gracias.

También te damos gracias por las dificultades que hemos vivido, los problemas y sufrimientos que nos ha tocado afrontar y padecer. Sabemos Padre todopoderoso que ordenas todas las cosas para nuestra mayor bien, pues cuánto sucede es querido o permitido por ti, por eso ponemos en ti nuestros ojos, y confiamos en tu fidelidad y en tu gracia.

Padre, danos un corazón agradecido, y que aprendamos a darte gracia incluso en los momentos de tribulación, para que nuestra acción de gracias se convierta para nosotros en un esplendoroso camino de bendición y seamos testigos del poder inmenso de tu amor en nuestras vidas. Amén. 

Parroquia de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Isla Cristina (Huelva) 21410
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